Su precio cada vez más asequible y, sobre todo, la comodidad que supone enrollarlo o extenderlo sin esfuerzo, se alzan como sus principales ventajas frente a otros modelos.
Si, además, incorporan sensores de luz o viento, el usuario ni siquiera deberá preocuparse de accionar ningún botón, ya que será el propio mecanismo el que se ponga en marcha en función de las condiciones climatológicas externas. Pero, ¿cómo funcionan exactamente estos sensores?
La función original de los toldos es proteger los espacios del sol, crear zonas de sombra para aliviar el calor y, a ser posible, evitar que penetren los rayos UV, dado que pueden resultar nocivos si se reciben en exceso. Así, es importante que un toldo esté extendido cuando la incidencia del sol es mayor, pero el usuario no siempre puede desplegarlos a tiempo, por ejemplo, porque no se encuentra en casa.
La solución en estos casos es instalar un sensor de luz. Es decir, un pequeño dispositivo que, en función de la luz que reciba, activa el motor que incorpora el toldo automático y lo despliega en caso de que no esté ya extendido. Igualmente, estos sensores pueden instalarse en diferentes modelos de persianas o estores para regular automáticamente la entrada de luz natural en el interior de los espacios.
Por otro lado, también cabe la posibilidad de instalar sensores de viento, de funcionamiento similar a los de luz. Aunque, en este caso, el principal objetivo no es proporcionar sombra, sino evitar roturas en la lona o un deterioro prematuro de la misma.
Así, el dispositivo detecta cuando hay condiciones climatológicas adversas y repliega el toldo. Y gracias a ello se consigue proteger también la propia estructura y se minimiza por completo el riesgo de rotura de cualquier elemento, incluso cuando el usuario no tenga control sobre el mismo.